5 de marzo de 2008

La monstruosa princesa

En un reino muy lejano donde el cielo era amarillo por la polución, vivía una princesa de la boca de fresa, con tacones de cristal y corona de brillantes. La princesa estaba bajo la protección de sus padres, en un alto edificio con un balcón que daba a la ciudad donde el mundo hacía vida. Ella lo tenía todo, ella era bonita y sus largos cabellos rubios eran la envidia de las demás chicas, su piel era suave, sus ojos claros, su sonrisa arrebatadora y sin embargo cada día cuando la princesa se miraba al espejo solo veía un monstruo en el reflejo; un monstruo gordo y horrible que le decía cosas feas por las noches, que le sacaba la lengua, lleno de granos con pus, pelo grasiento y piel áspera.
La princesa cerraba los ojos cuando pasaba ante un espejo y lloraba sobre el lecho cuando inevitablemente se le iban los ojos a su reflejo.
Sus padres preocupados por la actitud de la princesa le dijeron que en el reflejo no había nada, que cuando ella se miraba lo único que hallaba al otro lado era a si misma. Aquello solo provocó más miedo a la princesa que después de escucharlo creyó que todo el mundo la veía así, que era fea y horrible, que tenía peso de más, que sus labios siempre estaban cortados, que sus dedos eran rechonchos y los muslos demasiado gordos.
Un día con mucho miedo se puso ante el espejo y miró al monstruo detenidamente, tras esto comprendió que todos esos amigos en el fondo no la querían, que ellos estaban a su lado solamente para reírse de ella y que el único modo de cambiar era modificando al monstruo para volver a parecer una princesa.
No tuvo problemas en dejar de comer, aunque sus tripas gruñeran como fieras encarceladas debía tener fuerza de voluntad, quería ser bonita de nuevo.
No tuvo problemas en provocarse el vomito, acciones de monstruo para un bien mayor, no podía comer compulsivamente como un animal si de verdad quería ser princesa.
No tuvo problemas de mentir, engañar, traicionar o apartarse de sus amigos, ellos eran guapos, ellos se merecían amor, ella solo era un monstruo en proceso de cambio.
No tuvo problemas en adelgazar porque en 4 meses ya pesaba 38 kilos.
Cuando un día contenta decidió volver a mirarse al espejo después de haber perdido mucho peso, de haber conseguido que se marcaran sus costillas, el hueso de la clavícula, el de la muñeca y que los dedos ya no fueran rechonchos; en el reflejo solo halló una sombra gris, una fría y sola sombra gris. Ni su pelo brillaba, ni sus ojos centelleaban, ni su sonrisa deslumbraba ni la piel era suave, tenía los labios tan cortados como el monstruo del principio, tenía pómulos marcados, tenía el dolor reflejado en el rostro… La única forma de dejar de ser aquel ser tan despreciable, era matando al monstruo.
De nada sirvieron las bocas de fresa, los tacones de cristal, los guisantes o colchones, las coronas de brillantes, los palacios o los trajes… De nada sirvió todo aquello en aquel reino muy lejano, donde el cielo era amarillo por la polución.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios, créeme hace pensar tu texto, waohw!!

Enserio escribes muy bien es una pasada para la edad que tienes ^^ yo no podría xDD además tienes muchísima imaginación!! Jeje

Jaja me voy a hacer fan tuya… increíble…

Bueno ya me paso otro día que hoy no tengo mucho tiempo..

Adiós!!


Dark Kisses!!!