2 de julio de 2012

Prefacio


"Coges una caja, una bonita, de madera, ni grande, ni pequeña, no ha de ser grande porque entonces estarías dando a entender que el mundo te va a hacer mucho daño, pero tampoco pequeña, porque es inevitable que nos hieran y pensar lo contrario sería de ilusos. Esta caja será solo tuya y no la debes compartir.
Cada vez que quieras olvidar algo o a alguien escríbelo en un papel, dóblalo y mételo en tu caja, puedes meter tantas cosas como quepan y una vez dentro está prohibido pensar en ello, se que es difícil, pero puedes empezar no hablando sobre esa persona, no contando nada sobre ese suceso... Y cada vez que vuelva hasta tu mente apartarlo con otras cosas más agradables. Aveces para olvidar hay que llorar, hay que dejar que piel nueva crezca encima, hay que dejar que duela.
Nunca abras la caja para recordar, no vale que releas los papeles, ellos son tu pasado y no debes convertirlos en tu presente. Tampoco vale hablarle de los olvidos que guardas en tu caja a nadie, una vez algo este dentro, no dejes que vuelva a salir.
Con el tiempo olvidarás algunas de las cosas que has metido en la caja y otras no, pero esas que no has olvidado dejarán de emitir sensaciones, serán cicatrices blancas que te definirán como única.
Llegará un día que sabrás que es el momento para vaciar la caja y empezar de cero con ella."
Mi madre me había contado esto una sola vez, debía tener trece años y lloraba desconsolada por el empujón que me había pegado en el instituto un chaval mayor.
Conseguí mi propia caja donde guardaba cada enfado, cada lágrima que derramaba, cada humillación. A menudo siendo niña la caja se llenó hasta arriba, eran pequeños problemas que a mi me parecían muy grandes, me tocaba comprimir los papeles para que cupiesen más y aveces hacía trampa y sacaba los del fondo para tirarlos a la basura.
Aquella noche no podía evitar mirar la caja con cierto rencor, estaba sentada sobre la cama y ella lucía impasible sobre una de las estanterías del cuarto. Hacía bastante que no la usaba, llegados a cierto punto había recurrido tanto a la caja que me parecía un método infantil, aunque jamás me atreví a deshacerme de ella. Debía estar prácticamente vacía, no recordaba la última vez que había metido en ella un papel y seguramente esos problemas que albergase me parecerían tonterías comparado con lo que sentía en aquel momento.
Arrugué un poco la nariz evitando echarme a llorar, pero no aparté la mirada de la caja.
Decidir que quieres olvidar algo es sencillo, quieres olvidar esa discusión con tu mejor amiga, quieres olvidar el último grito de tu padre, quieres olvidar una noche vergonzosa con demasiado alcohol... Pero decidir olvidar a alguien es mucho más complicado, porque no sabes si realmente quieres hacerlo, si eres capaz, si no vas a querer abrir la caja de nuevo en algún momento para sacar a esa persona de ahí dentro. Por eso yo no metía a personas, no me atrevía, me parecía que era demasiado trabajo olvidar a alguien porque con cada persona vienen cientos de recuerdos asociados a ella, probablemente largos tiempos en tu vida . Eliminar a alguien era eliminar una parte de ti mismo, estaba segura de que debía doler y sencillamente no quería arriesgarme a hacer algo así y no saber controlarlo.
Sin embargo esa noche aquella reflexión a la que había llegado hacía tanto tiempo parecía borrosa, con flecos sin recortar, no contemplaba la posibilidad de que tal vez recordar era más doloroso que desprenderse de una parte de uno mismo, o que hay personas que merecen ser olvidadas. Esa noche me costaba tragar, me temblaban las manos y una fuerte migraña se había instalado impasible en mi cabeza.
Me levanté esnifando por la nariz y apretando los ojos, caminé en la penumbra hasta que tras tantear la pared di con el interruptor , una vez la luz bañó la habitación los pies me arrastraron al espejo. La persona que se encontraba al otro lado parecía incluso mejor de lo que había esperado, dos surcos amoratados destacaban bajo los llorosos ojos, estaba especialmente pálida y aunque la hubieses desnudado y analizado detenidamente, no habrías hallado ni una chispa de fuerza en ella. Me mantuve inmóvil un rato esperando que la desgraciada del reflejo dejase escapar una sonrisa, pero no sucedió. Solo se oían ronquidos de fondo, el motor del cargador del móvil que suelta un suave aunque aveces molesto pitido y si agudizaba el oído también podía calcular hacía que piso subía el ascensor de la finca, pero ni rastro del sonido de una sonrisa al iniciarse.
Apreté muy fuerte los dientes, no podía gritar, bueno, no podía gritar en voz alta porque gritando estaba, cada poro de mi piel gritaba de forma desgarradora. Me curvé sobre mi misma dejando que la sensación de malestar me invadiese por completo y para cuando me levanté ya había tomado una decisión.
Fue difícil encontrar un bolígrafo en el cáos que era mi habitación y desgarré unos apuntes para tener algo de papel, me apoyé contra la pared granulada y con letra clara escribí: Él.
Luego nos condené a ambos al olvido encerrándonos en la caja.



Nota: Si me animo sigo.