7 de octubre de 2014

Sarpullidos.

A Lucía le pica la cabeza, no es que realmente le pique la cabeza, pero se la rasca. Luego se rasca la cara, las manos, los brazos, y bosteza, y se muerde la mejilla por dentro, y mira a su alrededor, y suspira, y se rasca. Está nerviosa. 

Él gira la esquina, sus ojos no tardan en toparse. Lucía deja de rascarse porque no quiere que él la vea nerviosa, se pone tiesa y levanta la barbilla. Quiere que crea que controla la situación, pero hace meses que no la controla. Hace meses que cuando quedan, a ella le tiemblan las piernas y se siente ansiosa por ello. Débil. Extraña. Lucía la del corazón de piedra, la que en vez de vivir sobrevive, está enamorada y eso la asusta.  No sabe en que polvo dejó de ser un polvo, ni cuando obtuvo el poder de hacer polvo su corazón.

 Y aun así no lo hace. 

Él la cuida como si no supiera que Lucía es de las que se cuidan solas. Le dice que la quiere sin tapujos, incluso cuando ella llega con ganas de pelea. Confía en ella y jamás la traicionaría. La desea, con cada poro de su piel, con cada terminación nerviosa, con cada palabra y gesto. La ama.

 Lucía  cree que sus rodillas son ahora de gelatina. Se siente como una niña y no puede dejar de pensar que le pica, le pica el alma de amor.