26 de noviembre de 2013

Trincheras

Lucía lleva fuera de casa todo el día, le arde la planta de los pies porque esas nuevas botas que se ha comprado son una mierda y se ha estado clavando la suela y el calcetín, tiene ganas de sentarse en el sofá y quitárselas, meterse en la ducha y culminar ese día de invierno con agua caliente. Desde que Claudia se fue Lucía no ha encendido la estufa, solamente se abriga y procura tener las ventanas cerradas, se dice a si misma que es para no gastar más luz, pero la realidad es que sabe que si enciende la estufa recordará a Claudia sentada delante de ella, hecha un ovillo y quemándose las espinillas. 

Casi arrastra los pies por el patio del rellano hasta el ascensor, lleva la bandolera a un hombro y eso le hace parecer una desequilibrada. Está cansada pero feliz, incluso sabiendo el silencio que le espera al llegar a casa. Todo es perfecto hasta que encuentra esa jodida carta sobre el felpudo. 

Querida Lucía, 


Hoy he vuelto a casa y he visto que has cambiado la cerradura, primero he pensado que se te habrían perdido las llaves y que por precaución lo has hecho, pero tras meditarlo un poco me he dado cuenta de que en los años que te conozco tú nunca has perdido nada, que la única que pierde cosas de las dos soy yo, así que he entendido que si has cambiado la cerradura era para que alguien no entrara.

He pensado en llamarte, hasta he cogido el móvil y me he ido al registro de llamadas, y después de bajar mucho he encontrado tu número y he visto la fecha de la última vez que hablamos, hacía más de un mes y entonces he entendido porque has decidido cambiar la cerradura. Ese día que hablamos te dejé preparada en el microondas una lasaña de la casa de comidas lista para calentar, te lo dije animada mientras hacía la maleta para marcharme, y me dijiste "Esta noche podríamos ir al cine" y te contesté que sí, que me apetecía ir al cine contigo, aunque realmente no tuviese ganas, espero que esa noche fueras al cine sin mi porque se como odias cuando alguien te da plantón. 

Creía que este momento no llegaría, creía que jamás encontraría la puerta cerrada y ahora más que nunca necesito entrar. Pero te quiero Lucía, aunque creas que no lo hago, aunque me consideres una egoista que no piensa más que en si misma, yo te quiero y por eso me marcho. Me marcho incluso sabiendo que al otro lado están mi estufa y tus brazos, porque te quiero Lucía, porque se que cuando estoy te hago infeliz. 


Con amor, Claudia. 

Lucía lee y relee la nota. Se olvida del dolor de pies y permanece allí plantada frente a la puerta cerrada, piensa en lo que debe haber sentido Claudia y tiene ganas de llamarla y pedirle que vuelva a casa. Llega a sacar el móvil, a buscar esa llamada de la que habla ella, pero corrige el rumbo. 

Que te jodan Claudia. 

Le da a enviar y entra en casa.


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