26 de octubre de 2008

Solas

-Digamos que este es mi mundo y tú te has acoplado en el
-Yo no me he acoplado en nada.
-Si, en mi mundo
-Pero también es mío.
-Es tuyo desde que te acoplaste, así que por favor ocupa otro asiento.
-No pienso levantarme.
Cesar refunfuña, la odia, la odia con todas sus fuerzas y ahora la cogería de la cabeza y la golpearía contra la mesa hasta que perdiese el conocimiento. Yo no soy violento. Pero le parece de muy mal gusto que encima de ser ella la persona que se ha metido en su vida sin invitación, tenga él que levantarse y cambiar de asiento.
-Entonces me levantaré yo.
Y en un solo gesto se percata de que está dejando atrás otra pequeña porción de su mundo, regalándosela a esa ladrona de felicidad.
Pero probablemente nunca se de cuenta que Claudia lo único que espera es que él algún día, sonría cuando ella se siente a su lado.
Es tan triste, ella sostiene el boli entre los dedos, lo repiquetea contra la mesa, se gira, habla con los de atrás y él la mira y bufa, una vez detrás de otra, concentrando el enfado, proyectándolo hacia Claudia haber si le llega, parece que no.
Ella lo mira de reojo como quien no quiere la cosa, sonríe amargamente y finge, porque fingir es su sino, porque dar golpecitos con el boli es lo único capaz de hacer en ese momento, porque si lo mira un poco más estallará en mil trocitos y 20 personas la verán llorar como a una descosida. Cinco la consolaran y él no estará entre ellos.
Lucía está al otro lado de la clase, nota como se construye el muro de Claudia, ladrillo sobre ladrillo, en un rato la pared está formada, una presa que retiene el agua. Se está escondiendo y ella no es capaz de ayudarla, cada día tiene menos fuerzas, menos ganas, menos vida... Anda muerta por el mundo y lo único que le hace vivir es esa chica sensible que tiene a un par de mesas y a la que abrazaría hasta fundirse con ella en un solo ser. Tiene los brazos cansados. Cuanto más lejos de Claudia mejor, ella es demasiado empática y sufriría su desidia, le contagiaría su rendición...

Suena el timbre y todos desaparecen, los pasillos se vacían, el silencio reina en el edificio. Lucía arrastra los pies y mira al suelo, ella jamás había hecho aquello, es de esas personas que andan con la cabeza alta. No está allí, si no muy lejos, tan lejos que no sabe si el lugar existe o no. Un grito la despierta y seguido un golpe contra la pared, un alarido de dolor. Vuelve sobre sus pasos hasta la escalera de incendios, tiene una venta de cristal, se pone de puntillas para mirar y allí está Claudia con los nudillos rojos, los ojos rojos, las mejillas rojas, los labios rojos... Calló el dique, se inundó el valle. Piensa en entrar, vacila durante unos minutos, finalmente se da la vuelta, camino hacia casa.

A veces no hacemos cosas que queremos hacer para que los demás no sepan que queremos hacerlas.

3 comentarios:

sugar__candy dijo...

Si me pasa casi a menudo. Pero y que con la gente no? Creo que debemos hacerlo de todas maneras.

chica poeta dijo...

A mi tb me pasa eso, pero si se supone que los demas no importan de alguna manera influyen..o de repente tenemos miedo a ser rechazados :S Por ejem muy raras veces menciono k soy poeta (mas bien fui)...supongo k sera xq es raro no?

Anónimo dijo...

Esa frase del final la he puesto yo hoy en mi fotolog. Y no había leído esta actu. Lo nuestro empieza a ser preocupante jajajaja
Muaks!!(L)