
Cada
vez que quieras olvidar algo o a alguien escríbelo en un papel,
dóblalo y mételo en tu caja, puedes meter tantas cosas como quepan
y una vez dentro está prohibido pensar en ello, se que es difícil,
pero puedes empezar no hablando sobre esa persona, no contando nada
sobre ese suceso... Y cada vez que vuelva hasta tu mente apartarlo
con otras cosas más agradables. Aveces para olvidar hay que llorar,
hay que dejar que piel nueva crezca encima, hay que dejar que duela.
Nunca abras la caja para recordar, no vale que releas los papeles, ellos
son tu pasado y no debes convertirlos en tu presente. Tampoco vale
hablarle de los olvidos que guardas en tu caja a nadie, una vez algo
este dentro, no dejes que vuelva a salir.
Con
el tiempo olvidarás algunas de las cosas que has metido en la caja y
otras no, pero esas que no has olvidado dejarán de emitir
sensaciones, serán cicatrices blancas que te definirán como única.
Llegará
un día que sabrás que es el momento para vaciar la caja y empezar
de cero con ella."
Mi
madre me había contado esto una sola vez, debía tener trece años y
lloraba desconsolada por el empujón que me había pegado en el
instituto un chaval mayor.
Conseguí
mi propia caja donde guardaba cada enfado, cada lágrima que
derramaba, cada humillación. A menudo siendo niña la caja se llenó
hasta arriba, eran pequeños problemas que a mi me parecían muy
grandes, me tocaba comprimir los papeles para que cupiesen más y
aveces hacía trampa y sacaba los del fondo para tirarlos a la
basura.
Aquella
noche no podía evitar mirar la caja con cierto rencor, estaba
sentada sobre la cama y ella lucía impasible sobre una de las
estanterías del cuarto. Hacía bastante que no la usaba, llegados a
cierto punto había recurrido tanto a la caja que me parecía un
método infantil, aunque jamás me atreví a deshacerme de ella.
Debía estar prácticamente vacía, no recordaba la última vez que
había metido en ella un papel y seguramente esos problemas que
albergase me parecerían tonterías comparado con lo que sentía en
aquel momento.
Arrugué
un poco la nariz evitando echarme a llorar, pero no aparté la mirada
de la caja.
Decidir
que quieres olvidar algo es sencillo, quieres olvidar esa discusión
con tu mejor amiga, quieres olvidar el último grito de tu padre,
quieres olvidar una noche vergonzosa con demasiado alcohol... Pero
decidir olvidar a alguien es mucho más complicado, porque no sabes
si realmente quieres hacerlo, si eres capaz, si no vas a querer abrir
la caja de nuevo en algún momento para sacar a esa persona de ahí
dentro. Por eso yo no metía a personas, no me atrevía, me parecía
que era demasiado trabajo olvidar a alguien porque con cada persona
vienen cientos de recuerdos asociados a ella, probablemente largos
tiempos en tu vida . Eliminar a alguien era eliminar una parte de ti
mismo, estaba segura de que debía doler y sencillamente no quería
arriesgarme a hacer algo así y no saber controlarlo.
Sin
embargo esa noche aquella reflexión a la que había llegado hacía
tanto tiempo parecía borrosa, con flecos sin recortar, no
contemplaba la posibilidad de que tal vez recordar era más doloroso
que desprenderse de una parte de uno mismo, o que hay personas que
merecen ser olvidadas. Esa noche me costaba tragar, me temblaban las
manos y una fuerte migraña se había instalado impasible en mi
cabeza.
Me
levanté esnifando por la nariz y apretando los ojos, caminé en la
penumbra hasta que tras tantear la pared di con el interruptor , una
vez la luz bañó la habitación los pies me arrastraron al espejo.
La persona que se encontraba al otro lado parecía incluso mejor de
lo que había esperado, dos surcos amoratados destacaban bajo los
llorosos ojos, estaba especialmente pálida y aunque la hubieses
desnudado y analizado detenidamente, no habrías hallado ni una
chispa de fuerza en ella. Me mantuve inmóvil un rato esperando que
la desgraciada del reflejo dejase escapar una sonrisa, pero no
sucedió. Solo se oían ronquidos de fondo, el motor del cargador
del móvil que suelta un suave aunque aveces molesto pitido y si
agudizaba el oído también podía calcular hacía que piso subía el
ascensor de la finca, pero ni rastro del sonido de una sonrisa al
iniciarse.
Apreté
muy fuerte los dientes, no podía gritar, bueno, no podía gritar en
voz alta porque gritando estaba, cada poro de mi piel gritaba de
forma desgarradora. Me curvé sobre mi misma dejando que la sensación
de malestar me invadiese por completo y para cuando me levanté ya
había tomado una decisión.
Fue
difícil encontrar un bolígrafo en el cáos que era mi habitación y
desgarré unos apuntes para tener algo de papel, me apoyé contra la
pared granulada y con letra clara escribí: Él.
Luego
nos condené a ambos al olvido encerrándonos en la caja.
Nota: Si me animo sigo.